El sistema de Bretton Woods formalizó después de la Segunda Guerra Mundial un marco que ha dado entrada al fenómeno que conocemos como globalización y que ha supuesto una mayor liberalización del comercio -especialmente entre Europa, Japón y Norteamérica- y una integración profunda entre las diferentes economías.

El modelo de producción principal hasta la primera mitad del siglo XX dependía principalmente de grandes fábricas centralizadas y el comercio internacional tradicional estaba constituido por un intercambio entre materias primas y productos manufacturados. Las corporaciones transnacionales comenzaron un proceso de descentralización de la producción, en el que se singularizaban distintos fragmentos de la cadena de producción y suministros buscando las ubicaciones óptimas para cada componente de las mismas, optimizando costes laborales, acceso a recursos, acceso a mercados y posibilidades tecnológicas. Los principales ejemplos de este modelo están entre las industrias intensivas en capital, como la automovilística, y las detallistas, como la textil.

Esta expansión global de las industrias y la creación de cadenas de suministro globales ha modificado el mercado, de forma que gran parte del comercio internacional actual ocurre entre actores del mismo sector (exportaciones e importaciones de partes y modelos). Paradójicamente, esta situación ha llevado a una disminución del libre comercio, ya que un tercio del comercio mundial ocurre de forma intraempresarial, en corporaciones que actúan como mercados internos planificados, al uso que lo hacían anteriormente los Estados.

Estas cadenas de suministro global necesitan de complicados mecanismos para trabajar de forma eficiente, pero pese a ello, conllevan grandes costes derivados de la fuerte de dependencia de los medios de transporte, el almacenaje e inventariado, dependencia en sistemas informáticos centralizados y necesidad de previsión de stocks para servicios post-venta. Aunque algunas de las filosofías de fabricación de las grandes industrias como el Lean Manufacturing y el Just-in-time han reducido costes de algunos componentes como el almacenaje, es paradigmático que el transporte de mercancías suponga el 8.5% del PIB mundial.

La transformación digital de la fabricación podría llevar a un salto hacia la fabricación distribuida en la que los procesos de fabricación se realizan mucho más cerca del consumidor final. Los nuevos tipos de maquinaria, las nuevas demandas y la búsqueda de eficiencia y una industrialización local abren la puerta hacia una industria que trabaja en menores cantidades de productos finalizados, y con un mayor arraigo en las economías locales y distancias de distribución y gastos de almacenaje mucho menores.

Por supuesto, la mayor parte del mercado productivo a corto plazo sigue dependiendo la producción en masa, principalmente de los productos de bajo coste donde la individualización de la producción no aporta un valor mayor para el usuario medio. El modelo de microfactoría se hace fuerte e interesante, es decir, la proliferación de factorías-talleres de menor tamaño que creen productos finales, y no componentes y bienes de equipo como ocurre con la mayor parte del tejido productivo actual y del tejido productivo bajo demanda.

Esta situación, permite plantear que la fabricación aditiva puede suponer un importante reto para la adaptación de las cadenas de suministro y sus métodos tradicionales.

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